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New York, NY

El Paso, una razón para que los latinxs presionen por la destitución de Trump - Publicado originalmente en El Diario, enlace aquí.

Un mes después del tiroteo en El Paso, un país cansado de lo que se ha convertido en “el pan nuestro de cada día” en los ciclos de noticias, parece haber seguido adelante. Más allá de la charla habitual en línea que casi siempre se desvía hacia el control de armas, la salud mental o el tema afín del día, aún no se ha hecho nada, o muy poco, para abordar el problema más crucial del incidente de El Paso: los ataques viciosos e implacables contra los Latinx de parte de nuestro peligroso y racista gobernante en jefe.

 

El ataque en El Paso representa un punto de inflexión para los latinx en Estados Unidos. Denigrados por su presencia en el país a través de la conquista, el colonialismo y la remoción, a la minoría racial/étnica más grande de la nación se les recordó lo grande que es el odio que infecta al segmento más tóxico de la población.

El Paso también es un punto de inflexión para los Estados Unidos y para su 45º presidente. Tenemos a un presidente que incita a la violencia, fomenta el odio e inspira a los supremacistas blancos, y no hace nada para detener a la marea racista que envuelve a los latinos. De hecho, en el mes posterior a este asesinato en masa, el susodicho leyó una vez desde un teleprompter, visitó a la ciudad de El Paso para posar con un pulgar hacia arriba en una sesión de fotos con la familia de un bebé huérfano, y ha dado un giro de 180 grados sobre las verificaciones de antecedentes de armas. Esa es la suma total de lo que él ha hecho para abordar este ataque racista.

Recientemente, muchos han empezado a reconocer que el presidente alberga una ideología racista, que se rodea de personas que buscan dividir al país y que elogia a los extranjeros que prosperan durante los conflictos raciales. Los líderes han comenzado a catalogar al presidente como el supremacista blanco que evidentemente es. Pero no es suficiente condenarlo cuando están en juego las vidas y la seguridad pública de millones de personas.

El ataque en El Paso ha sido efectivamente cooptado por aquellos que quisieran limitarlo a los confines de la violencia armada; al control de armas; a la implosión de nuestro sistema de salud mental o al marco del terrorismo ecológico. Pero no es ninguna de esas cosas. Lo que sí es, es un ataque racista de terror, alimentado por las palabras y políticas del presidente, contra un grupo de mexicoamericanos y mexicanos debido a su presencia y, por extensión, un ataque en contra de cualquiera en la comunidad latina.

El Presidente no sólo vomita verbalmente y aprueba el odio racial. Él lo complementa – lo alimenta – con políticas que castigan a los latinos. Las prisiones inhumanas de inmigrantes proliferan debido a sus políticas de cero tolerancia. Los niños inmigrantes latinos son arrancados de brazos de sus madres porque él exacerba el enjuiciamiento criminal de la migración. Las compañías privadas de prisiones vuelven a estar de moda a pesar del abuso y la negligencia ya ampliamente documentados. Frente a los abusos, los departamentos de policía ya no enfrentarán las normas del Departamento de Justicia sino que practicarán litigios.

La Corte Suprema retiene la concesión de crédito a la invención de su Secretario de Comercio, quien afirmó que la pregunta de la ciudadanía en el Censo “era necesaria para hacer cumplir los derechos de voto”. Y como el presidente miente sobre haber perdido el voto popular en 2016 por culpa de que hubieron indocumentados que votaron ilegalmente, ahora todos los Latinx que ejercen ese derecho son sospechosos.

Ahora, después de que un joven blanco se toma a pecho la ideología que profesa el presidente y viaja cientos de millas para detener la supuesta “invasión del país” y mata a 22 Latinos en El Paso, debemos admitir que las palabras del presidente tienen consecuencias mortales.

Sí, habrán llamados a crear una legislación para mejorar algunos de los aspectos de la violencia armada y la accesibilidad a las armas de asalto. Habrán manifestaciones públicas de solidaridad clamando justicia. Habrán comisiones y grupos de trabajo que se convocarán apresuradamente para estudiar el terrorismo a nivel nacional. Y también, como es habitual, ocurrirá la demanda de organizar a un electorado inactivo con vistas a las elecciones de 2020.

Todas esas respuestas son dignas, pero ninguna de ellas aborda el peligro inmediato: un presidente que incita a la violencia contra ciudadanos y residentes no tiene derecho legítimo o moral a la autoridad de la oficina más alta del gobierno. La incitación a la violencia es equivalente a los delitos graves y menores establecidos como impugnables en el artículo II de la Constitución. La destitución de este presidente, y su sucesión por el vicepresidente, como está establecido, es necesaria porque en resumen, El Paso es una razón latina para la destitución presidencial.

Si vamos más allá, el incitar a la violencia equivale a incitar a la persecución, lo que es una violación de las normas internacionales de los derechos humanos. Los Jefes de Estado no pueden emplear la retórica de la violencia contra sus propios ciudadanos y residentes mientras exhiben un desprecio insensible por sus peligrosas consecuencias.

El presidente de los Estados Unidos normaliza la violencia. Su persona es un peligro. Por eso no es suficiente llamarle racista o supremacista blanco porque, al fin de cuentas, esto no le detendrá ni a él ni al segmento demográfico del país que se envalentona con su ejemplo.

El mandatario actual de los Estados Unidos no es apto para la Presidencia. Para evitar más pérdidas de vidas y garantizar la seguridad de nuestras comunidades, este presidente deberá renunciar, o de lo contrario, tener su mandato revocado. Debe ser destituido. Ya es hora.