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La violencia en Charlottesville dirigida a personas que apoyan los valores de una democracia fundada en la igualdad de las razas es un recordatorio trágico de como las palabras, gestos y hasta el silencio de un hombre puede inflamar el odio racial. No cabe duda ninguna que esta violencia y la pérdida de vida es culpa de Donald Trump. Mostró una ignorancia fingida durante su campaña sobre los sostenedores de la supremacía de la raza blanca. Contrató unos portavoces del movimiento nacionalista de blancos en la Casa Blanca. Y negó a propósito denunciar el movimiento de la supremacía de la raza blanca en sus comentarios inmediatamente después de la violencia en Charlottesville. Todo esto nutre y sostiene un segmento del país que anhela una guerra racial.

La creencia en la superioridad de la raza blanca tiene antecedentes por toda Europa antes y después de la culminación odiosa y prepotente de los Nazis en Alemania a mediados del siglo veinte. Sea basado en hallazgos seudocientíficos del estudio controversial de eugenesia o en anécdotas trasladadas por generaciones en hogares comunes, la creencia que blancos representan una raza superior es un elemento clave en el desarrollo de este país. Desde esta fuente corrupta viene la hegemonía que justificó jurídica y militarmente la conquista del indio americano, la esclavitud de africanos, y el imperialismo contra países latinos del hemisferio.

Esta vez los blancos en Charlottesville no marcharon con disfraz o con las máscaras y túnicas de sus antecedentes del Ku Klux Klan. Pero son capaces del mismo terrorismo. Charlottesville no será un capítulo aislado en este enfrentamiento racial que le conviene a los consejeros partidistas de Donald Trump. Vendrán otros.

Por eso es que tenemos que demandar que Donald Trump denuncie de forma clara y contundente la supuesta superioridad de la raza blanca. Su silencio en este tema el sábado pasado es aplaudido por los órganos del movimiento de la supremacía de la raza blanca. Su silencio en este tema nutre un narrativo que blancos en el país deben de temer las consecuencias de un cambio demográfico. Su silencio en este tema muestra una maniobra oportunista para sus metas políticas pero también revelan valores corruptos, inmorales y antiamericanos.

Nuestro pésame va a las familias de los difuntos y a ellos que recuperan de sus heridas. Igual que los contra-manifestantes en Charlottesville todos tenemos de enfrenar esta maldad y este odio. Tenemos que estar de pie en pro de la inclusión, la igualdad, y la tolerancia.

Este artículo fue publicado en El Diario y puedes verlo aquí